Era un poco como robar. Era exactamente como robar. Era de hecho, robar. Pero no había ninguna ley que lo prohibiera porque nadie sabía que el crimen existía, ¿y acaso se podía llamar robo cuando nadie echaba de menos lo robado? ¿Y acaso era robar si se robaba a unos ladrones? En cualquier caso, toda propiedad es un robo, salvo la mía Terry Pratchett
(...) Su conciencia, tan sensible en otros puntos, en aquel era más dura y más muerta que un guijarro, con la diferencia de que este, herido por la llanta de una carreta, suele despedir alguna chispa, y la conciencia de D. Lope, en casos de amor, aunque la machacaran las herraduras del caballo de Santiago, no echaba lumbres. Benito Pérez Galdós